La Rebelión de Tokischa

En un video en el que Tokischa salió a la zona colonial a hablar con la gente, ella les pregunta delante de la cámara, en vivo, estilo selfie: “Quién es el rey de tu popola?” A todes les hace la misma pregunta sin importar lo que tengan entre sus piernas. La mayoría se sonrojan, o se tapan la cara, un hombre dice “yo,” y Toki sigue, y se toma fotos con quienes la reconozcan, y entra a Helados Bon sin preocupación alguna y a las empleadas también les hace la pregunta, sin pena de cómo reaccionen.

  

Como una mujer liberada. Y es que me atrevo a decir que Tokischa, por su expresión sexual, y quizás ahora por la fama que tiene dentro de este pedazo de isla, es libre. Y nos da vergüenza, porque no estamos acostumbrados a eso, a ver a alguien libre.


La música de Tokischa es un despojo de todo lo convencional. 


Y no quiere la aceptación ni de la clase alta, ni media, ni de la derecha o izquierda, ni de las activistas, ni de las que nos llamamos feministas o mujeristas y decimos que la dueña de mi popola no es un hombre sino yo. Es un desacato como su mismo nombre lo dice.


No pretende liberar, ni como responsabilidad, ni labor. Más bien saca a relucir el deseo humano desde lugares que nos dicen que son impuros pero que en verdad son un reflejo de la sociedad, sin pelos en la lengua, sin fotos lindas, sin censura, y a veces hasta sin algún sentido—ya que la mente no lo entiende, aunque a veces el cuerpo lo siente. 




Johan Mijail dijo en varios tuits, “El dembow no te gusta porque es un espejo donde te da miedo ver,” y “El racismo es tan arraigado que no ven ni las armas y las almas del dembow.” Es cierto.   


El dembow es juego de palabras y luz y oscuridad y rabia y protección y realmente resistencia moderna—una donde la gente se entrega a las calles, exponiéndose a los vicios o al virus, porque la opresión hoy en día no se trata de tenernos a todes presos en nuestro cuerpo con una amenaza que se encuentra al final de un látigo, sino una amenaza al espíritu. Es una prisión donde nos pretende vender con cucharitas lo que se crea con la misma labor de nuestros cuerpos negros y oprimidos.


A mi personalmente la música de Tokischa me invita a explorar mi propia sexualidad, y a imaginar cómo sería mi propio desacate más allá de una noche de bebida y sexo casual donde intercambiamos página de instagram y me la paso imaginando si quizás no fue casual na. Quizás mi propio desacate es dejar de creer en los sueños que me metieron por los ojos, es aceptar un salvajismo interno que ha sido domado dique para protegerme a mi como mujer, pero que en verdad es para controlar.


Los otros días vi el nombre de Tokischa, escrito “Tokicha,” rayado detrás de un camión, a la mala. Y así su música, su expresión, su calentura vaginai, su rebeldía, así se transforman en rebelión. Son una manifestación de lo que pasa cuando la bomba que es el dolor como condición permanente de vida al fin explota—y decide salir a jugar.

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